Nacio el 24 de junio de 1826, en la muy caribeña ciudad de Santiago de Cuba.
Su padre, Joaquín Santana, era teniente de Granaderos, hijo a su vez de un catalán oficial de un regimiento de Infantería. Su madre, de nombre Isabel, era natural de la isla de Santo Domingo.
La familia, en medio de cierta holganza económica, propició al niño una formación académica a la par de las mejores familias santiagueras.
Era la época en que gobernaba la Isla el capitán general don Dionisio Vives, con fama de terco, amigo del soborno y reaccionario, todo de tal manera que lo hacía odioso incluso para muchos peninsulares. No fue raro que la familia Santacilia promoviera sentimientos libertarios en el niño.
Luego de Vives llegaría Tacón, con peor fama y con la amarga experiencia de haber salido derrotado en tierras continentales por la fuerzas separatistas. El primer propósito del nuevo gobernador fue acabar con mano dura las voces independentistas.
Entonces un hecho cambiaría la vida del pequeño. En 1836 —el 29 de septiembre—, se supo en Santiago que en España habían sonado disparos liberales. La Reina María Cristina se había visto obligada a restablecer la Constitución de 1812, en desuso desde hacia varios años.
En Santiago no poco fue el estallido de júbilo.
En el Departamento oriental gobernaba el general Manuel Lorenzo, quien rápidamente se aprestó a los nuevos tiempos; pero Tacón se negó a todo cambio y en su condición de figura política principal puso sitio naval y terrestre a la ciudad y logró desalojar al general Lorenzo, condenado a salir de Santiago y también de Cuba.
Con él se iban también sus partidarios, entre ellos, su edecán principal, Joaquín Santacilia, que de igual modo cargaba con su prole. Diez años tenía el vástago cuando partieron hacia Jamaica.
De esa etapa fueron sus primeros versos sobre Cuba, los aborígenes y el paisaje, y donde abundaban los signos de admiración al recordar la tierra natal y las ansias de libertad.
En 1845 con 19 años, Santacilia regresa con la familia a Cuba y a Santiago.
A partir de entonces se da a conocer con tanta fuerza en círculos literarios que su fama llegó al ya celebérrimo Liceo Científico, Artístico y Literario de La Habana, institución que lo nombra corresponsal en Santiago y lo elige como socio de mérito.
Aparecen entonces publicados muchos trabajos suyos, y en 1846 —20 años tenía—, la Real Sociedad Económica publica ensayos literarios, una compilación de estudios académicos entre los cuales había varios de Santacilia.
Pero los tiempos exigían más que estudios literarios para despertar el “prolongado sopor” entre el que estaba la juventud oriental, y luego de participar en conatos, revueltas y proclamas libertarias, Santacilia caía preso y era deportado el 25 de enero de 1852.
Días antes de su partida escribió en un calabozo del castillo del Príncipe...
Yo en tu suelo nací venturoso tú abrigaste en mi cándida infancia y por eso mi eterna constancia...
Nunca volvió a Cuba.
Fue largo el periplo por Sevilla, Córdova, Granada, Gibraltar, Nueva York, Baltimore y Nueva Orleáns. En cada lugar continuó su trabajo literario y la difusión de sus ideas independentistas.
Alrededor del año 1856, Pedro Santacilia se encontraba en Nueva Orleáns, y es allí que conoce a un emigrado mexicano,- indígena zapoteca de origen -, que había llegado a ser a pesar de su origen y condición social, gobernador del Estado de Oaxaca y diputado de la Nación. Este hombre buscaba que su querida patria transitara el camino de la prosperidad y libertad para beneficios de todos. Quería este hombre de bien, buscar para su patria que ésta superara los escollos que habían quedado de la etapa colonia; que aún estaban presentes en la sociedad mexicana. Se llamaba Benito Juárez y quería constituir otro México.
De inmediato Juárez y Santacilia establecieron una sólida y resuelta amistad que pasaba por el camino de la convergencia de pensamientos políticos e ideas afines; amistad que habría de durar por largos años. Cuando Benito Juárez regresa a México, allá en Nueva Orleáns había dejado un amigo y confiable colaborador resuelto de su causa. Al producirse la intervención francesa; Santacilia no duda en seguir al lado de su amigo mexicano. Siempre estuvo a su lado, en las buenas y en las malas.
En mayo de 1868, el poeta cubano, Pedro Santacilia se casa con Mañuela Juárez y Maza, la primogénita de Don Benito Juárez; estableciéndose entre el cubano y el prócer mexicano un vinculo familiar que vino a completar su estrecha relación.
Cuando el imperio de Maximiliano fue derrotado, Santacilia acompaña a su amigo y padre de su amada esposa en el periodo de superación y reformas que siguieron a la confrontación.
Un año después de la entrada de Benito Juárez en ciudad de México, en el año de 1867, se produce en Cuba el alzamiento de Céspedes el 10 de octubre. Para esta fecha Santacilia es designado agente diplomático de la República en Armas.
El 3 de abril de 1869 a instancias de Pedro Santacilia se firma un decreto presidencial por el cual se permitía que los buques que enarbolasen la bandera cubana fueran recibidos en los puertos mexicanos. En un segundo paso, el Congreso Mexicano aprobó una proposición de Ley, presentada por Santacilia, apoyando el decreto del Presidente Benito Juárez. De esta forma México fue la primera nación que reconocía la independencia cubana y el derecho de los cubanos a la beligerancia.
El 15 de julio de 1872 muere Benito Juárez, “Benemérito de las América’; Pedro Santacilia, su yerno, amigo y cercano colaborador habría de continuar en México. A pesar de su avanzada edad dedicó mucho de su tiempo, y energías haciendo causa común con aquellos que luchaban por la libertad de Cuba.
Pedro Santacilia, no regresa a la Patria que tanto amó, murió en México a la edad de setenta y seis años el 2 de marzo de 1910. Cuba anduvo en su corazón, no fue sólo el doloroso destierro sino las muestras de su dedicación por la Patria distante. Al preparar esta nota he leído con interés el artículo que con el título: “Una danza cubana” escribiere el también poeta y exiliado, Bonifacio Byrne. Allí se cuenta la anécdota de la profunda sensibilidad de Santacilia, capaz de llorar en una calle de Nueva York al escuchar la música de una danza cubana.
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