El agua del río pasaba indolente,
reflejando noches y arrastrando días...
Tú, desnuda en la fresca corriente,
reías...
Yo te contemplaba desde la ribera,
tendido a la sombra de un árbol sonoro;
y resplandecía tu áurea cabellera,
desatada en el agua ligera,
como un remolino de espuma de oro...
Y pasaban las nubes errantes,
mientras tú te erguías bajo el sol de estío,
con los blancos hombros llenos de diamantes,
en la rumorosa caricia del río.
Y tú te reías ...
Y mirando mis manos vacías,
y el agua que huye sin volver jamás,
pensé en tantas cosas que ya fueron mías,
y que se me han ido, como tú te irás...
Y tendí mis brazos hacia la corriente,
hacia la corriente cantarina y clara,
porque tuve miedo, repentinamente,
de que el agua feliz te arrastrara...
Y ya no reías
bajo el sol de estío,
ni resplandecías de oro y de rocío.
Y saliste corriendo del río,
y llenaste mis manos vacías...
Y al sentir tu cuerpo tan cerca y tan mío,
al vivir en tu amor un instante
más allá del placer y el hastío,
vi pasar la sombra de una nube errante,
de una nube fugaz sobre el río...
José Angel Bueza
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