dedicado a Juana Borerro
Tú sueñas con las flores de otras praderas,
nacidas bajo cielos desconocidos,
al soplo fecundante de primavera,
que avivando las llamas de tus sentidos,
engendren en tu alma nuevas quimeras.
Hastiada de los goces que el mundo brinda
perenne desencanto tus frases hiela,
ante ti no hay coraje que no se rinda,
y siendo aún inocente como Graciela,
pareces tan nefasta como Florinda.
Nada de la existencia tu ánimo encanta;
quien te habla de placeres tus nervios crispa;
y terrores secretos en ti levanta,
como si te acosase tenaz avispa
o brotaran serpientes bajo tu planta.
No hay nadie que contemple tu gracia excelsa
que eternizar debiera la voz de un bardo,
sin que sienta en su alma de amor el dardo,
cual lo sintió Lohengrin delante de Elsa,
y a mirar a Eloísa, Pedro Abelardo.
Al roce imperceptible de tus sandalias,
polvo místico dejas en leves huellas,
y entre las adoradas sola descuellas;
pues sin tener fragancia como las dalias,
tienes más resplandores que las estrellas.
Viéndote en la baranda de tus balcones,
de la luna de nácar a los reflejos,
imitas una de esas castas visiones,
que teniendo nostalgia de otras regiones,
ansían de la tierra volar muy lejos.
Y es que al probar un día del vino amargo
de la vid de los sueños, tu alma de artista,
huyendo de su siglo materialista,
persigue entre las sombras de hondo letargo
ideales que surgen ante su vista.
¡Ah! Yo siempre te adoro como un hermano,
no sólo porque todo lo juzgas vano
y la expresión celeste de tu belleza,
sino porque en ti veo ya la tristeza
de los seres que deben morir temprano.
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